Si MEO promueve el nulo o la abstención y Frei pierde, también pierde MEO…
Los desafíos de Enríquez-Ominami
MEO está transformando su triunfo electoral en una derrota, por la interpretación que le ha dado a su gesta. Parece pensar que esa votación es suya, que la puede transmitir a un ‘nuevo referente’ . Pero la historia electoral del país no lo acompaña.
De la primera vuelta presidencial del domingo 13 resalta, sobre todo, el triunfo relativo de Marco Enríquez-Ominami, que obtuvo un quinto de las preferencias. Pero ahora está transformando este triunfo en derrota.
Derrota por la interpretación que MEO le ha dado a su gesta. Parece pensar que esa votación es suya, que la puede transmitir a un "nuevo referente" (está démodé decir partido) de la política chilena.
El problema es que la historia electoral del país no lo acompaña: Chile nunca ha sido gentil con las figuras políticas que tratan de surgir desvinculándose de los partidos que los anidaron inicialmente. Ni es tierra de nuevos caudillos que salen de la nada, como lo fue Alberto Fujimori que de cero pasó a ser, con su "Cambio 90", Presidente del Perú.
Chile, en cambio, tiene un sistema de partidos muy maduro, con baja volatilidad electoral. Lo dicen todos los expertos. La excepción fue Carlos Ibáñez en 1952, si bien incluso él se acopló a un partido pre-existente, el Agrario-Laborista. Pero muy típicamente la gran votación ibañista pasó al canasto del olvido y terminó gobernando con los partidos tradicionales.
¿De dónde salió, entonces, la votación de MEO, si no es "suya"? Muy fácil: la primera vuelta presidencial consistió parcialmente en una primaria de facto de la Concertación, en la que se enfrentaron tres candidatos.
Basta mirar las cifras de la votación parlamentaria para darse cuenta de este aspecto de la primera vuelta presidencial. De los 1,4 millón de votantes que escogieron a MEO, más o menos 1,1 millón votaron por candidatos a diputados de la Concertación. Un buen número del resto se quedó con la Lista C. Pero ella está compuesta por un conjunto heterogéneo de personas difícilmente aglutinables en un nuevo partido. Y éste, de crearse, será muy minoritario y no se diferenciará mayormente de lo que ya está en el gran alero de la Concertación.
La votación masiva de MEO tendría un efecto de triunfo verdadero y potencialmente duradero si él se quedara en la coalición donde están sus electores, y en el partido que acogió su despegue inicial como diputado. La primaria de facto la ganó Eduardo Frei, pero el voto de MEO le da la capacidad de proyectarse como una pieza fundamental en el quehacer futuro de la Concertación. Separado de ella, y sin insertarse en un partido que le permita actuar en la misma, será un fénix caído.
El darle carte blanche a sus electores no resuelve el problema. Si pierde Frei, habrá perdido también MEO, porque la gran mayoría de sus electores no quieren un gobierno de Piñera. ¿Y quién en la Concertación no quedará con la idea de que la culpa de la derrota la tendrá el díscolo diputado, por dividir y, por ende, desanimar al electorado concertacionista justo cuando acaba de tener el gobierno más popular de su historia?
Si se hace una primaria, aunque sea de facto, hay que saber perder en ella. Quedándose en el redil, el liderazgo político se acrecienta en vez de disminuir en el mediano plazo. Pero hay que asumir también la derrota: no se puede pretender que el segundo lugar es el primero. Este es el momento de Frei, quiérase o no.
Por otro lado, queda claro que la carte blanche parece convenir a Piñera. Da la impresión de que los electores de MEO se irán a su candidatura. ¿Pero qué ventaja política obtiene el diputado de cumplirse esto, que a lo más será un fenómeno minoritario? No tiene tampoco futuro alguno como líder político en la Alianza.
La Tercera.com
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