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La discreción y el silencio de Kundera, por JeanDaniel

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Artículos de Jean Daniel y  Juan Goytisolo

 

«Mi único universo es la novela», dice el escritor. Pero ni aun así ha logrado evitar la calumnia. Ha sido víctima de esa nueva práctica periodística que consiste en poner a alguien bajo sospecha con un titular y una fotografía

JEAN DANIEL 30/10/2008

La desbordante riqueza de la información no ha conseguido apartarme de un asunto que me concierne personalmente, que aún concierne más a nuestro oficio y sobre el que, pese a no haberlo hecho enseguida, me gustaría decir algo. Me refiero al caso Kundera.

Hace casi 60 años -¡sí, 60 años!-, un joven agente checo de los servicios secretos norteamericanos fue detenido por la policía en Praga. Según los archivos, antaño controlados por los servicios soviéticos y ahora accesibles a cualquier investigador, el hombre que denunció al espía no habría sido otro que el escritor francés de origen checo Milan Kundera, entonces de 21 años. Hace tres semanas, un semanario praguense se hacía eco de este «descubrimiento» y le dedicaba un número especial. La noticia corrió como un reguero de pólvora por todas partes y, naturalmente, también por Francia. El escritor la recibió, según dijo entonces, «como un puñetazo en la cara». Kundera no sabía nada del asunto; ni siquiera había oído hablar de él. En un comunicado afirmó que todo era falso.

No obstante, a los tres días de la acusación, la verdad pareció abrirse camino cuando un gran profesor de la Universidad praguense, Zdenek Pessat, afirmó en una carta abierta conocer bien esta historia y, sobre todo, al denunciante, que no era en modo alguno Milan Kundera. Su declaración circuló ampliamente, pero nadie le dio demasiada importancia.

En los días que siguieron, las personalidades más eminentes del mundo literario francés y europeo manifestaron su solidaridad con Milan Kundera. Los periodistas, que primero habían tenido noticia de la información acusadora, conocían ya tanto el desmentido del autor como la emoción de sus pares. Eso les hizo optar por la prudencia. Pero ¿por qué esa prudencia ya no sirvió de nada? Porque según las nuevas prácticas de nuestro oficio, cuando aparecen un titular y una foto incriminando a una personalidad, ésta queda bajo sospecha. No se afirma que la información sea cierta, pero se presenta como posible e incluso verosímil. Los periodistas tenemos que vérnoslas con este problema todos los días y siempre de la misma forma. Vendemos verosimilitud. Y en el reino de lo verosímil, la calumnia nunca pierde vitalidad.

Así, ni todas las manifestaciones de solidaridad con el escritor impedirán que una parte de la opinión pública piense: «De todas formas, cuando el río suena… Al fin y al cabo, ¿quién puede decir con certeza lo que realmente ocurrió hace 60 años?». Y, luego, una pregunta insidiosa: ¿por qué un joven comunista no iba a considerar su deber denunciar a un espía? ¿Por qué? Simplemente porque no es verdad. Y si uno responde, cae en la trampa, como le ocurrió a Lech Walesa, antiguo líder de Solidarnosc, que fue víctima en Polonia de una manipulación similar de los archivos.

La situación de Kundera no deja de ser tristemente paradójica. Después de todo, él mismo anticipaba en sus novelas los estragos de la denominada «sociedad de la transparencia». El escritor cree, y no deja de repetírmelo desde que el asunto salió a la luz, en la discreción y la privacidad de la vida íntima. Piensa que hay que juzgar una obra por su contenido y no por lo que se cree descubrir en la vida del autor. Kundera huye sistemática y furiosamente de todos los medios de comunicación. Yo le digo que el carácter sistemático de sus negativas puede impacientar a algunos. Él me recuerda que salió en el programa de Bernard Pivot. Y, sobre todo, me da la misma respuesta que me diera Lévi-Strauss hace una década, y que yo publiqué con su aprobación: «Cuando me di cuenta de que me había equivocado gravemente en política -fue próximo al PC-, decidí no volver a aventurarme en ese terreno». A lo que Milan Kundera añade: «Es cierto que, cuando descubrí que mi único universo era la novela, siempre tuve miedo de verme encerrado en una afirmación dogmática que pudiera impedirme cambiar de opinión». Milan Kundera tuvo la ingenuidad de pensar que, como había renunciado a jugar el juego de la sobreexposición mediática, la discreción y el silencio le protegían.

En realidad, lo que más me interesa de esta historia es la dimensión humana y, sobre todo, literaria que resalta en Kundera. Es evidente que uno de los temas dominantes de sus últimas obras es la noción de exilio y todo lo que guarda relación con ella. Es la noción de la doble identidad. Y también, por supuesto, el hecho de haber escogido escribir en francés y el de suscitar reacciones neuróticas en su patria de origen. La calumnia tiene algo de venganza. Los checos nunca han comprendido, ni tal vez admitido, la pasión de Milan Kundera por Francia. En cuanto a los franceses, sería imperdonable que ellos la ignorasen. Su padre, pianista, era discípulo de Alfred Cortot y admirador del Grupo de los Seis (Milhaud, Honegger, Poulenc…). En el manuscrito de su nuevo libro de ensayos dice el autor: «En los años veinte, mi padre trajo de París las piezas para piano de Darius Milhaud y las interpretó ante el escasísimo público de los conciertos de música moderna». Kundera heredó de su padre ese amor por Francia y su arte. El amor por los surrealistas. Y por Apollinaire. He tenido ocasión de ver la edición de Alcools publicada en Praga en 1964 con un largo prefacio de Kundera, que también tradujo la mayor parte de los poemas.

Pero pienso sobre todo en Diderot. Dentro de unos días, en el Teatro 14, en París, van a representar de nuevo la obra Jacques y su amo, homenaje a Denis Diderot, bajo la dirección de Nicolas Briançon. Escrita en 1970, esta pieza quería ser la respuesta de Kundera a la invasión rusa de Checoslovaquia, en 1968. Más que en la brutalidad de la represión, el escritor veía lo esencial de la tragedia de su país en el hecho de que había sido secuestrado -y, según su impresión de entonces, definitivamente secuestrado- por otra civilización, e iba a ser inexorablemente desoccidentalizado. Ahora bien, para Milan Kundera la esencia de ese occidentalismo amenazado se concentraba en el siglo XVIII francés, particularmente en la obra de Diderot y, más concretamente aún, en Jacques el fatalista, esa novela tan libre, tan alegre.

¿Cómo representar la pieza en Checoslovaquia en aquella época negra? Kundera era un autor prohibido. Pero en el año 1975, en el que emigra a Francia, uno de sus amigos presta su nombre a la pieza y el Homenaje a Diderot pudo representarse en la Praga ocupada hasta el final de la presencia rusa, en 1989, es decir, durante 14 años sin interrupción. Así, aun en Francia, Kundera siempre pudo tener la impresión de estar presente en su país. «Gracias -me dice- al traje que me había prestado Denis Diderot».

En su próximo libro de ensayos (Un encuentro, que aparecerá en Gallimard en febrero de 2009) evoca a otro escritor checo, su amigo Josef Skvorecky, gran amante del jazz -hoy vive en Toronto-, y escribe: «Como si, desde su primera juventud, cada uno de nosotros llevase dentro de sí el lugar de su posible exilio; yo, Francia, él, Norteamérica». Aunque, en 1975, la emigración a Francia fue para Kundera una sorpresa total -«sin la invasión rusa probablemente nunca hubiese abandonado Checoslovaquia», dice el autor-, al mismo tiempo fue un acontecimiento completamente natural, lógico, necesario y feliz.

Lo que no quiere decir que olvidase su país natal. No sólo en sus novelas -¿Acaso El libro de la risa y el olvido y La insoportable levedad del ser no están llenos de amor por ese país?-, sino también en la vida práctica: Kundera escribe prefacios para los libros traducidos de sus compatriotas -él inspiró y prologó la primera edición de las piezas de Václav Havel, en 1980- y también numerosos artículos. Y su afecto por Francia se fue haciendo cada vez más fuerte. Un afecto indestructible. «Desde entonces, el matrimonio Skvorecky visita Praga de vez en cuando, pero siempre vuelve a su patria. A la patria de su viejo exilio». Es también el caso del matrimonio Kundera. Su amada Francia se ha convertido en su patria. Su «exilio-patria».

Jean Daniel es director del Nouvel Observateur. Traducción de José Luis Sánchez-Silva.

Calumnia, que algo queda

JUAN GOYTISOLO 27/10/2008

Hace un par de semanas leí, primero con estupor y luego con indignación, las acusaciones divulgadas en la revista checa Respekt por Adam Hradilek y Petr Tresnak, y reproducidas al punto por la prensa internacional. Según estos investigadores de las cloacas del régimen estalinista de la ex Checoslovaquia, esto es, los archivos de la Stasi, Milan Kundera habría delatado a un desertor, Miroslav Dvorácek, al ser informado por su amigo, hoy fallecido, Miroslav Dlast, de su presencia clandestina en Praga, huésped de la compañera universitaria de ambos, Iva Matlika, con quien posteriormente Dlast se casó.La manera de presentar los hechos por el corresponsal en París de este periódico -desde el título de su segunda crónica, El insoportable pasado de Kundera, hasta párrafos como «la mayoría de las veces el pasado acaba por atraparnos. Es lo que probablemente le sucedió al escritor Milan Kundera…», y la frase de que no se sabía hasta hoy «que hubiese actuado como comisario político»- ignoran la presunción de inocencia de quien es víctima de tales calumnias. El espacio concedido al rotundo desmentido de Kundera no ocupa ni una décima parte del texto en el que se detallan las supuestas revelaciones de los colaboradores de la revista checa.

Conociéndose bien las posibilidades de una manipulación mafiosa de los archivos policiales -la fabricación de informes y documentos destinados a desacreditar a los opositores e intelectuales rebeldes es una práctica común a todos los regímenes totalitarios del mundo-, sorprenden dos cosas. Primera: la aceptación inmediata y acrítica por los medios informativos de las acusaciones vertidas contra un escritor molesto tanto para el régimen estalinista que reinó en Praga de 1948 a 1989 como para los sectores nacionalistas y reaccionarios, más pro-Bush que el propio Aznar, que marchan viento en popa en la actual República Checa.

Segunda: la tardanza en sacarlos a la luz, siendo así que los espulgadores de pasados poco limpios están al pie del cañón para apuntar a los culpables de leso patriotismo y que, para colmo, cambiaron de nacionalidad (en realidad Kundera fue despojado de ella en 1980), y más grave aún, de lengua (recuerdo lo de «el ahora francés Julio Cortázar» firmado por un puñado de mediocres, celosos de su talento).

El morbo y sensacionalismo de la noticia avasallan en el mundo de hoy al profesionalismo de la información. Cualquier personaje público -y, pese a su encomiable deseo de ser simplemente una persona, Kundera lo es-, puede convertirse en blanco de todo tipo de acusaciones respecto a su vida profesional y privada, sus preferencias sexuales, sus remotas afinidades políticas con estalinistas o nazis, y un largo etcétera. Basta que un bloguero de mala uva o el oscuro titular de una página web lancen el infundio para que éste se divulgue en tiempo real por nuestro infeliz planeta. Como dice Yasmina Reza en un artículo de opinión publicado en Le Monde del pasado 16 de octubre, «la impotencia absoluta de una persona ante tal marejada» obliga a reflexionar sobre el código ético y la deontología profesional, pues «las palabras forman parte de nuestra percepción de lo real y pronunciadas o escritas toman caminos imprevisibles que pueden ser destructores».

Los sembradores de sospecha que, a partir de documentos fácilmente manipulables, de admisiones tardías de hechos reales que se remontan a la adolescencia del atacado o de simples cotilleos de aficionados a la chismografía, intentan desmontar de sus inventadas estatuas a quienes admiramos por su valor artístico e independencia de todos los poderes fácticos, se frotan las manos desde su presunta altura moral: ¡vean ustedes, son como los demás! (ellos no, dada su insignificancia, nadie les pedirá cuentas y alcanzarán al revés con sus patrañas una fama ilusoria y efímera).

La carta del historiador literario checo Zdenek Pesat del 15 de octubre -y el excelente artículo de Monika Zgustova que leo mientras corrijo estas líneas- ponen las cosas en su lugar. Estudiante de Filosofía y cuadro del partido comunista en la universidad praguense, Pesat recibió la visita, dice, de Miroslav Dlak, en la que éste le informó de que su amiga y luego esposa Iva albergaba en su domicilio a un ex compañero de estudios desertor y supuesto espía y que, a fin de protegerla, había denunciado a Dvorácek a la Stasi.

Los amigos y admiradores de Kundera queremos expresar nuestra protesta contra tal linchamiento mediático y reivindicar su ejemplaridad de artista y de intelectual ajeno a todo compadrazgo político, aun a sabiendas de que corría el riesgo de sufrir por ello los ataques y golpes bajos de una cáfila de enemigos amparados en el anonimato y la ubicuidad del universo virtual en el que actualmente vivimos.

Juan Goytisolo es escritor.

El País.com

Una respuesta

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  1. […] un ataque al corazón, continúa en la creencia de que fue ella quien lo traicionó. Otros, como Juan Goytisolo en El País, y apoyado en el texto de un historiador praguense, Zdenek Pesat (que afirma conocer […]


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